miércoles, 23 de julio de 2008

Contracorriente







Contracorriente(este cuento fue ganador de un concurso interno de cuento en la Fes Aragon 2005)

Por Leo Hernández

Se llamaba Elizabeth, y para ser honesta, sí me asustaba un poco. Verla allí parada con su pantalón verde militar holgado, sus botas negras, su cabello bicolor que oscilaba entre carmesí y oscuro, sus blusa negra sin mangas que combinaba muy bien con su piel pálida. Siempre con esa actitud de antipatía por el mundo, ella era la radical, la que amaba al marxismo y lo destrozaba, la que leía a Blake y a Lutremont y escuchaba a Placebo. Y yo, parada frente a sus uno setenta metros con mi playera blanca de Carlos and Charlie’s mis convers y mis jeans no hacia mas que mirarla de reojo. Quería verla bien, apreciar ese desborde de presencia tan característico de ella, pero no podía, me invadía el miedo, sentía que si lo hacía ella iba a golpearme con su puño cerrado.Para ser honesta, sí me asustaba un poco.
- ¿Oye esta es la fila para la reposición de credencial?- me dijo tocándome el hombro.
- Sí – le respondí tratando de evitar su mirada.
- Órale… ¡¿Cómo pude haber sido tan estupida?! De haber sabido que era tan importante, quizá también se me hubiera perdido…
El comentario hecho en un tono sarcástico me causó una risa involuntaria que trate de esconder pero fui más que obvia, y en ese momento esperé lo peor, esperaba que me dijera algo así como un “¿De que te rías tonta?” o algo parecido con ese tono serio. Al contrario, utilizó un “Hola me llamo…” para entablar conversación.
- Toma, un demo de mi banda… No sabía que ibas en la misma carrera y semestre… nunca me fijo en esas cosas…me dio mucho gusto conocerte Jenny.

Pocos días después nos inscribimos al mismo salón. Y comencé a imitarla un poco. A mi mamá se le salía el corazón cuando teñía mi ropa de negro, me ponía sombra en los ojos y cambiaba mi castaño rojizo a un oscuro azulado. Robert Smith se podía morir de la envidia.
Pronto nos convertimos en grandes amigas, iba a sus conciertos y la poyaba de lejos. Admiraba esa actitud tan desinhibida y tan imponente que proyectaba en todo momento. A veces podía resultar encantadora, con ese toque oscuro típico de ella, o podría ser cruel y fría, y más cuando se trataba de alguien que la había hecho enojar. Ella era capaz de patear a un hombre en los testículos con sus botas militares si le hacía algo que ella no quería. Siempre admiré esa autonomía. Algo que siempre hacíamos era escribir poemas, yo leía los suyos, y ella los míos, después los quemábamos, juntas.
- Realmente no entiendo porqué lo hacemos – le decía yo – realmente creo que lo que hacemos es bueno podemos guardarlos y después, no sé, publicarlos o algo así.
- No digas pendejadas...- me refutó en esa ocasión - la literatura es algo que no se debe de considerar mercancía, si lo empezamos a hacer, se pierde la subjetividad, nos volvemos rentables, la autoridad que tenemos sobre esto que escribimos, se pierde para pasar a manos de otros. Así si nadie lo lee es nuestro y sólo nuestro. Pinche Richard Hamilton...artistas vendidos...
Y me quede callada con la mirada postrada en las cenizas de papel que volaban desesperadas, así sin mover mi cabeza. Tal vez, para ella tenía que ver con algún asunto mas metafísico, alguna experiencia mas espiritual, algo que no me había atrevido a entender hasta antes de conocerla. Éramos la vírgenes suicidas, éramos las
Siendo su amiga, fue cuando conocimos a Ángel, el seudo activista de izquierda que nunca se quedaba callado. Siempre tenía algo que decir, no importa en que clase sea. Como si le fueran a pagar por debatir y expresar lo que piensa. Con ese cabello largo y desaliñado, y esas perforaciones en labios y cejas, así como si no se bañara, Ángel siempre se salía con la suya. “yo discrepo profesor”,”no estoy de acuerdo compañero”, “¿en que se basa?”, “no funciona en una sociedad como la nuestra”, eran sus frases favoritas, siempe con el manifiesto comunista o los apuntes de Mao bajo su hombro...
Para mí era de lo mas común, ese tipo de gente siempre abunda en este tipo de escuelas, por eso se llama universidad, por que representa un universo de ideologías, algunos prefieren otra cosa y pagan por que les pongan 10. Pero Liz se veía muy interesada en él. Cuando opinaba en clase, Liz lo analizaba minuciosamente, como queriendo desmembrar cada parte de su discurso, encontrarle algún error, o algún acierto, algo que ni siquiera ella sabía qué era, pero que cuando lo encontrara, sabría lo que era. Tal vez le atraía esa idea de ser impuntual, de causar problemas, y de ganarse la antipatía de los profesores con sus ridiculeces tratando de hacerse el gracioso que, de alguna u otra forma, sí causaban risa. Eso combinado con una ágil visión, comentarios sardónicos y esa extroversión hacían quizá para ella algo muy fuera de lo común.
Aún así había una profesora a la que muchos le teníamos miedo. Era estricta y exigente, cerrada, cuadrada y absurda, incongruente, temperamental y reaccionaria. Nefasta, era un Mussolini, un dictador latinoamericano en femenino. La amargura habitual de una mujer de su edad, basada en reglas obsoletas de docencia que trataban de ocultar su ignorancia. No recuerdo qué clase era, pero recuerdo que veíamos muchas cosas sobre teorías sociológicas. Que la escuela de Frankfurt, que si Kirkegard, que si la estética de Hegel, que si Ecco, que si Barthes, que si Durkheim, que si no es como yo digo no pasan. En fin.
- ¿A mí eso de qué me va servir? Yo quiero vivir de la música… el arte, por el arte- decía Liz con renuencia a entrar y a escuchar lo que decía la profesora Flores. – Además esa vieja cara de palo me cae mal.
- A mi también no me agrada, pero si queremos graduarnos para ya no venir a esta mugre, tenemos que pasar la materia… - le argumenté tratando de convencerla.
- Ahggg…’ta bien, ok. Pero si me pregunta algo ya sabes, me soplas ¿eh?
En eso siempre fui mas aplicada que ella, con la justificación de que tenía miedo de que la profesora Flores me regañara y me hiciera llorar como ya antes lo había hecho con otros cuando no sabían contestar sus preguntas, o si no habían entregado algún atarea o trabajo, o simplemente por humillar. Parecía que disfrutaba mucho humillando a la gente, y más a los hombres. Pero las mujeres son nos quedábamos atrás.”¡Niña, si quiere hacer algo productivo por este país, conviértase en madre!”. En ese sentido trataba de evitar por cualquier motivo esa situación, tanto para mí y para Liz. A ella no le importaba, pero a mí me aterraba la idea. Tal vez por que desde pequeña siempre me dijeron que si no estudiaba, reprobaría, y si repruebo, no puedo seguir estudiando, y si no seguía estudiando iba ser una fracasada casada a los diecinueve años con dos hijos y embarazada, esperando a un marido mayor que yo, que llegaría ebrio y con poco dinero, todo por reprobar un examen de admisión a los doce. Sí, esta bien, acepto que soy muy fatalista, pero el hecho de infundirme ese miedo a lo que no va a suceder dio resultados hasta este nivel. Por eso trataba de estar al corriente, pues el más mínimo error podría resultar en algo que no quería. Sé, en el fondo que no es así, pero nunca pude ser totalmente como Liz.
Ese día recuerdo que Ángel había llegado tarde como siempre, bueno, no como siempre llegó con un minuto de retraso.
- ¡Ya no puedes pasar!- le dijo la profesora Flores mientras él entraba buscando su butaca.
- Pues…ya pasé. – contestó él, ante la mirada asombrada de todos, que pensamos en ese momento que estaba acabado.
- No, ¡sal del salón!- replicó la anciana.
- Pero si puedo pasar, que usted no me lo permita es otra cosa, pero si puedo hacerlo- dijo el joven justificando el comentario anterior. – es cuestión de lenguaje profesora…
- ¿O te sales tú o me salgo yo? – dijo la maestra con intransigencia… y como Ángel disfrutaba mucho ser el centro de la controversia…
- Pues es libre de hacer lo que quiera …
- Ya van dos y esta es la tercera que te lo pido. Sal del salón y te veo en extraordinarios...faltaba mas...pene con patas tenías que ser...
- Ok, ok, ya…
Ángel salió sonriendo, quizá por que le parecía divertido, o por su propia desgracia.
En ese momento, algo me pasó. Algo se movió en mí y me hizo ponerme de pie y sin saber cómo o de dónde saque fuerzas y dije: “No es justo”. Todos voltearon a verme. La profesora volteó a verme y sentí el infierno en mis hombros. Sentía un color agobiante, y mis labios temblaban. ¿Por qué estaba haciendo esto? Sabía que ese tonto estaba mal, pero aún así quise defenderlo, no por el hecho de que estuviera de acuerdo con lo que le había dicho a la maestra sino por que nadie lo hacía. Nadie se atrevía a decirle que estaba mal por que se lo iba a tomar personal. Nadie se atrevía a espetar semejante “incoherencia”.
- ¿Qué dijiste?- preguntó la profesora Flores como esperando a que yo negara cualquier acusación.
- Dije que… No es justo. –No sé como lo logré – No me gusta la teoría de Kant, pero dice algo que en verdad tiene razón…L-las cosas que hacemos por nosotros mismos sin la influencia de nadie, son las que nos dan la verdadera satisfacción. P-por que es una realización propia y sin ayuda. Yo, yo creo que si estamos aquí, como es mi caso es por que realmente queremos hacerlo, queremos aprender de usted, y no es justo que se nos niegue ese derecho...- no sé como lo logré.
Después de mi tartamudeante discurso esperaba que alguien más hablara, pero no sucedió. La educadora me observó fría y analíticamente, y aún así escupió su maldad:
- Usted se sale, jovencito, y la señorita Juana de Arco lo va acompañar en el extraordinario…siéntese Gutiérrez, si quiere seguir aquí, como dice, pero ya esta reprobada...veremos que tanto aprende de mi...

“Quiero matarla” le dije en voz baja a Liz. “Te Juro que quiero matarla”. Nunca había reprobado. El mundo de pronto parecía demasiado grande.

Después de la Clase, Liz se adelantó y la vi hablando con Ángel y otros compañeros a lo lejos. Cuando me acerqué, él se despidió de nosotras.
- Nos vemos chavas, ah oye…gracias por eso digo, fue muy chido, pero lamento lo del extra.
- Sí, bueno tu ya estas acostumbrado… ¿no?- le dije en tono serio.
- Pues sí, pero tú no… de todas formas te ayudaré por que te metiste en esa bronca por mi culpa. Nos vemos…
Al alejarse le pregunté a Liz sobre qué habían hablado. “Me dijo lo mismo que tú, que la quería matar”
Pocos días después a la clase siguiente llegué como siempre, esperando que no fuera en serio la amenaza de la profesora, y mi amiga y Ángel no llegaban al igual que la susodicha. De pronto llegó Liz con su pantalón verde militar. Con la calma de una medusa de mar se sentó a mi lado. Y me dijo que si quería ver algo “curioso”y me señaló hacia afuera. Cuando salí miré esa escandalosa escena, me llené de pánico ¿que hacían a las afueras de la escuela? ¿Por qué? Eran unas cinco patrullas con varios agentes que llevaban a Ángel hacia una de las patrullas, y todos los compañeros veían la escena con morbo, y maliciosamente murmuraban.
- No manches, ¡¿en qué se metió ese güey?!
- Dicen que fue por lo de la maestra
- Sabías que amaneció muerta en su casa…
- Quisieron simular un robo pero fueron por ella…la policía cree que fue ese güey por que dijo que la quería matar. Todos sabían de eso.
- Hace rato estaban preguntándonos… que si lo había dicho.
- Lo agarraron antes de entrar...lo estaban esperando los detectives...
- Pero no pudo haber sido él…
- ¿Tú cómo sabes? A mi me dijo que le iba a robar su lista para que todos pasáramos. Yo creo que sí, además no era el único.
- ¡No sean idiotas! - Les reclamé con terror- como pueden creer en rumores, no sabemos si él lo hizo, y si de verdad la policía se lo lleva por eso.
- Puedes estar segura que sí es por eso- me dijo Liz mientras me jalaba y me enseñaba un cuaderno con manchas marrón.
- ¿Qué es esto? – le pregunté mientras todos se internaban en la confusión.
- Es la lista… hay que quemarla juntas
En ese instante me quedé en shock, la mire a los ojos, mis manos y mis pies me temblaban con desesperación. No me podía mover, Quise hablar, juro por Dios que quería gritarles a todos que voltearan a verme, con ella, con Liz. Ella notó que no podía hablar y que estaba atónita, entonces me beso y no se cuanto duramos así. Me abrazó y me dijo “Tú siempre haces las cosas como deben ser, no como quieres. Y cuando lo haces no te sale bien. No te preocupes mas, tratas de seguir la corriente. Yo voy contra ella.”


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