domingo, 24 de febrero de 2008

Dormir con Fantasmas


De pronto el joven, que no sobrepasaba los treinta, se levantó abruptamente esa madrugada calurosa. Se levantó casi desnudo cuidando de no despertarla. Se acercó al balcón donde las primeras explosiones del sol comenzaban a aparecer en el cielo. El cielo rojo amarillento golpeaba sus frágiles ojos grisáceos, débiles aún por el endeble descanso. “A veces las cosas no son tan sencillas” pensaba mientras se sentaba a un costado de la cama. “Tu siempre las haces sencillas” decía en voz baja dirigiéndose a ella. Él la observaba. Veía como esa piel morena, y esas formas torneadas, cubiertas por la sabana se iban iluminando con el sol. Él quiere tocarla, despertarla con un dulce beso, pero no puede. La habitación tenía un olor peculiar, un olor humano, calido. Como a sexo. Como a sangre. Ese olor distintivo de oxidación, mezclado con la sal que proviene de afuera, hacían que la habitación tuviera ese ambiente tan característico, tan único y especial como ella. Con sus cristalinos ojos recordó como la conoció. Una novata en la oficina. Novata, como él lo fue. Como discutían a menudo por el idealismo de ella y la antipatía de él.

“Aunque escribieses enciclopedias enteras, no puedes leer entre líneas, y eso me molesta” decía ella, al replicarle sobre su reprobable actitud hacia las cosas, insignificantes para él, pero valiosas para ella.
- ¿Siempre tienes que ser tan egoísta, y tan soso?, no deberías dejar que ese tipo de cosas ofusquen tu juicio… relájate un poco, no tienes por que gritar…
- Lo que para ti son “cosas”, para mi es mi sueldo, y mi futuro en la empresa…
- Pero esa no es justificación para que seas un pedante…Todos merecen un poco de consideración y de respeto, hasta don Cuco…
- ¿el conserje?
- Hasta él…deberías relajarte, no todo en la vida son números, estados de cuenta, ventas y balances…no se por qué te preocupas tanto, si ni siquiera es tu empresa…solo deberías verme, soy feliz sin tener tanto…

Cosas como la amistad, la honestidad, la lealtad hacia la gente. Aún así, con todo y su romanticismo absurdo, irónico, onírico, él la veía de un modo singular. Tal vez esa arbitrariedad no había sido casual. De pronto las cosas se dieron. Él empezó a buscarla más y a dejar de ver a las chicas a las que él estaba acostumbrado. Chicas que disfrutaban de ir a fiestas de cóctel, acostumbradas a lujos y a banalidades. Sin ese tipo de personas, sólo quedaba ella. La gente dijo que no lo lograrían. ¿Qué sabían ellos? Ella no tenía que estar allí, pero estaba. Ella le mostró mas cosas en tan poco tiempo de las que él, en toda su existencia llena de reuniones, bufetes, desveladas de estudiar duro y de un aislamiento casi vitalicio, había conocido. Todo era nuevo. Todo era, para los dos fascinante. Para ella conocer ese ser humano escondido en esa imagen de profesionista, frío, triunfador y arrogante, y para él, conocer que el mejor acompañante para un moka es la poesía, y el cine francés.
- Deberías leer más a Pacheco, o a Sabines.
- ¿A quién?
- ¿No conoces a Sabines,? Es clásico, el típico poeta con el que los chavitos adoran. ¿Que no has vivido lejos de tus reuniones de accionistas? Como dice Oscar Wilde, la mayoría de la gente existe, casi nadie vive, Tú no vives, sólo existes.
- ¿Eso crees tú?
- Si claro, si no demuéstrame lo contrario…
- ¿Cómo?
- Que pregunta tan tonta…

Y entonces se besaban al salir de la sala de cine. Aunque en la oficina no eran mas que compañeros de trabajo, las miradas, los roces de piel, las notitas en los cubículos precisos marcaban la medida del tiempo que desdoblaban entre las, cada vez más, constantes reuniones de él y el trabajo y los libros de Bacon y Kafka. El duro trabajo de él, empezó a rendir frutos; las buenas relaciones y un apellido respetable hicieron que él subiera hasta un buen punto dentro de la empresa. Pronto tuvieron dinero suficiente para formar un hogar y dieron el gran salto. A pesar de los murmullos insistentes de sus familiares y compañeros, él no se perturbaba. La tenía a ella, a quien unos meses antes detestaba por ser una de las pocas personas que se atrevían a oponérsele. La tenía a ella, a quien meses atrás había sido un ser tan enigmático que lo llenaba de dudas y de temores, y a la vez que le daba respuestas y enseñaba. Era un ser del que se había encariñado con locura. Es un ser al que he llegado a amar con tanta rabia y demencia.
A veces pudo haberse sentido tan grande como valorar demasiado lo que es tenerle en esa forma. Y a veces por el contrario se sintió tan insignificante como para rechazarla de inmediato. Pero al fin, la tenía a ella. Estaba completo. Que importa si de pronto todo se viene abajo y pierde su puesto en la junta. No importaba, pues según ella, no necesitaba más para ser feliz.

Ella por su parte, dándole apoyo, aprendiendo de él y viceversa, ero todo lo que pudiese desear. Obsesionada con la astrología no se cansaba de recordarle que él era un Escorpión frío y ambicioso y ella una Piscis romántica, y que por eso se llevaban bien, y hacían buena química. A ella, fascinada por la idea de tener a un buen hombre, responsable y exitoso, como esposo y padre de el único hijo que quizá tendrían, no le faltaba nada. Estaba segura de que eran almas gemelas. Las almas gemelas jamás morirán.

Ahora, algo no estaba bien. A pesar de ser recién casados algo faltaba. A pesar de tener lo que siempre desearon, algo no funcionaba como debiera. Esa mañana el no dejaba de verla y contemplarla. Pocas veces tenía esa oportunidad, pero ésta era diferente. Sus lágrimas eran abundantes, no podía evitar dejar de hacerlo. Los rayos de sol entraban iluminando la habitación, e iluminando también esa piel de bronce. La luz comenzó a tocar los grandes y negros ojos de la chica, obligándolos a abrirse. Con un poco de desorientación, la joven se sienta en la cama y se talla los parpados, el calor inconfundible de la mañana se empieza a sentir. Es normal en esta época del año y en estas latitudes. Ella también distingue ese olor, un olor humano, como a sexo, como a sangre.

“Malditos sean los de la junta y sus envidias, maldito sea su gobierno y sus mentiras” pensaba. Habían sido demasiado exigentes estos últimos días, lo habían distanciado demasiado. Ella se levanta cubriendo sus hinchados ojos de la luz y va hacia al balcón. A pesar del clima tropical siente un escalofrío que la estremece.

Mientras camina casi desnuda y descalza, pasa por encima de los libros tirados de Cioran, Bataille, y alguno por allí de poemas de Efraín Huerta. Quiere tomar alguno pero las hojas de periódico que cubren a alguno de ellos no la dejan. Los encabezados dicen lo de siempre:
“El peso pierde terreno”, “Manifestaciones paran la ciudad”, “Nuevo plan económico para el año siguiente”, “Nuevo Reality Show un éxito rotundo”, “Joven ejecutivo muere en sospechoso accidente”, Lo de siempre.
Ella mira al sol matutino y comienza a llorar. El escalofrío la vuelve a estremecer. De pronto un nudo en la garganta, la sofocación. Trata de secar ojos con la sábana que trae a rastras, mientras le pregunta al vacío de la eternidad del mar:
“¿Por qué? ¿Por qué tuviste que morir ahora mi amor, ahora que más te necesito?”

FIN


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